Por: bsn

Por Emmanuel “eMMa” Márquez

Deben ser más de 1,000 escalones los que comprenden las escaleras del edificio La Arboleda, en Guaynabo, y en cada uno de ellos, sobreviven las huellas de los tenis de Luis Allende en 1996. Es la primavera de ese año y Allende, alero/delantero de 25 años perteneciente a los Criollos de Caguas, tiene la única misión de ganar condición física antes del comienzo del torneo del Baloncesto Superior Nacional. A tales efectos, muchos de sus días comienzan allí, en los pasillos estrechos y sofocantes del enorme edificio de concreto.

Cada mañana, Luis se amarra los tenis y baja corriendo desde su apartamento en el piso 22 como si tratara de escapar de una emergencia por fuego. El descenso escalonado desemboca en la Avenida Martínez Nadal, prosigue un giro a la izquierda hacia la Avenida Lomas Verdes y luego una vuelta para bordear trotando la Urbanización Los Frailes, todo antes de subir corriendo los 22 pisos nuevamente. Cada respiración es un grito de guerra. El aire entra apretado a sus pulmones y los abandona como puede antes de disiparse al ozono. El corazón y las pantorrillas trabajan igual de duro. Con el tiempo, esto lo hará más fuerte. Allende alcanza la cima exhausto y contento. La rutina es bestial, poco ortodoxa y difícilmente replicable. Ese  mismo año, Allende tuvo la mejor temporada de su carrera en el BSN, promediando 22 puntos y 7 rebotes por juego, guiando a los Criollos a la postemporada por primera vez en 13 años y ganando el premio al Jugador Más Valioso. Todo, sin ser el más rápido, el más alto ni el más habilidoso.

Allende, natural de Luquillo, llegó en 1995 a los Criollos luego de cuatro temporadas con los Atléticos de San Germán durante los cuales ganó dos campeonatos junto a figuras como José ‘Piculín’ Ortiz, Eddie Casiano y Nelson Quiñones entre 1991 y 1994. Antes de eso, el ex alumno del Colegio San José, había pasado los primeros cuatro años de su carrera con los Indios de Canóvanas tras firmar como profesional a los 16 años. Parcialmente satisfecho con el éxito colectivo obtenido hasta ese momento, Allende buscaba un destino donde desarrollarse aún más como jugador y obtener  un rol más protagónico. Con la excusa de mudarse más cerca del área metropolitana, en donde planeaba casarse y establecer una familia, Allende pidió ser cambiado.

“Yo te voy a cambiar, pero ni pa’ Bayamón ni pa’ Guaynabo”, le respondió Armando Acosta, apoderado de los Atléticos para aquel entonces.  

Así aterrizó Allende en el Valle del Turabo donde se encontró con un equipo joven, inexperimentado y sumido en una cultura perdedora. “Caguas en ese momento llevaba muchos años en el sótano de la liga”, dijo Allende a Easy Endurance desde Miami, ciudad donde se desempeña como director de operaciones de una institución hospitalaria.  “Me tenían a mí con 25 años, a Gary Joe Burgos, Josué Nieves y Piwi Colón. El único veterano era Carlos Báez”.

Los Criollos de Caguas finalizaron la temporada del 1995 en la última posición del standing, a 16 juegos del primer lugar, sin embargo, para Allende ese momento significó el comienzo del ascenso hasta el Everest de su carrera.

“En el ‘95 no le ganamos a nadie, pero me dio la oportunidad de seguir trabajando en mi juego y coger confianza ofensiva porque Georgie Rosario, que fue el coach ese año, me dio la bola y me dijo; tú nos vas a cargar. Aunque fue un equipo perdedor, pude tener más protagonismo ofensivo, eso fue el preámbulo del ‘96”, explicó el canastero.

En ese mismo año, Allende recibió combustible adicional gracias al notorio incidente donde varios miembros del Equipo Nacional fueron suspendidos por el Comité Olímpico de Puerto Rico tras una protesta durante los Juegos Panamericanos de Mar del Plata,  Argentina, por el alegado incumplimiento de un dinero que les había sido prometido como compensación por clasificar al Campeonato Mundial el año anterior. “Estaba tan enfocado que era doloroso”, admitió el canastero sobre su motivación en aquel momento. 

Con esa espinita bien incrustada en su ser, la temporada muerta del 1996 fue el escenario que escogió Allende para preparar su cuerpo y llevarlo al límite. Lo prioritario era mantenerse en peso y con buen cardio. En aquel entonces, la conocida Liga de Baloncesto Puertorriqueña le permitió a él y otros jugadores del patio, permanecer activos entre torneos. Para los muchachos era como un “Christmas Club”. En el caso de Allende, su participación con los Indios de Canóvanas le brindó pista libre para seguir alimentando su nueva identidad como el caballo del equipo. Allí se combinó con Orlando “Guayacán” Santiago, Erick Rivera, Alex Falcón, el cubano Richard Matienzo y Juan “Tiny” Cains como entrenador. “Ahí también me dieron la bola y yo creo que la confianza que te dan los coaches te ayuda a desarrollarte como jugador”, añadió el número 14 de los Criollos.  

Allende siempre reconoció que su rendimiento en el baloncesto dependería más de su estado físico que de su habilidad natural. Por tal razón, el trabajo preparatorio nunca se detuvo. Como muchos otros jugadores de antaño, las llamadas “guerrillas” o ligas aficionadas y callejeras durante las tardes, en diferentes canchas de urbanizaciones o barrios, así como en empresas privadas, proveían un espacio extra donde sudar la fiebre semanalmente. En el caso de Allende, la liga de empleados de la desaparecida Telefónica, en un remoto almacén de la Avenida Kennedy, fue el laboratorio perfecto.

“Yo me ponía las tobilleras, que yo nunca jugaba con ellas en BSN, me amarraba los tenis y yo lo que lo usaba era para condición. Esprintar todas las posesiones, iban muchos jugadores de superior, era competitiva todas las tardes y yo la usaba para entrenar y hacer cosas que no hacía normalmente en el juego; tirar off the dribble, correr la cancha de costa a costa y esprintar mucho, y eso fue lo que me ayudó. Esa misma técnica se la he tratado de pasar a Leandro a través de los años”, dice Allende refiriéndose a su hijo Leandro de 24  años quien pertenece a los Cariduros de Fajardo en el BSN y al programa nacional de baloncesto 3×3 de Puerto Rico.

El afán de Allende por la condición física llegó como resultado de años siendo forzado a jugar la posición de pívot por tener una estatura de 6 ‘5 y una constitución robusta y pesada. Era -y es- una práctica muy común en las categorías menores en Puerto Rico donde abunda el talento y escasea la estatura. Según fue avanzando su carrera, el jugador identificó la necesidad de expandir su juego fuera de la pintura, particularmente durante su fase universitaria en el Recinto Universitario de Mayagüez, bajo el coach Johnny Flores, programa donde Allende fue Jugador Más Valioso en tres años consecutivos y con el cual obtuvo el título nacional de la Liga Atlética Interuniversitaria en 1993. Inicialmente, en 1989, Allende había sido abucheado por la fanaticada por la falta de versatilidad en su juego. 

“Yo jugué como centro toda mi vida y cuando llego a la universidad, Johnny Flores me dice: vas a jugar de frente al canasto. Yo patié bolas, corrí con la bola, boté bolas y Johnny se mantuvo ahí y me ayudó al desarrollo, y lo mismo [hizo] Carlos Morales”, dijo Allende. 


Luego de tener a Rosario como mentor en su primera temporada en Caguas, Allende y los Criollos pasaron a estar bajo el mando de Edmundo “Mundi” Báez, ex jugador profesional que recibía apenas su segunda oportunidad como entrenador en propiedad.  

Con “Mundi” tuvieron un comienzo turbulento, perdiendo los primeros cuatro juegos la temporada, pero se recuperaron y luego ganaron siete juegos en ristra. Los Criollos terminaron la campaña regular con récord de 22 victorias y 12 derrotas siendo los líderes de la sección Este y adelantando a la postemporada por primera vez desde 1983. Tales resultados llevaron a Báez a recibir el premio como el Dirigente del Año en medio de elogios por parte de los demás entrenadores.

Allende fue una de las razones principales para la virazón de los Criollos en conjunto con los refuerzos Derall Dumas (18 pts y 11 reb) y el cubano Andrés Guibert (17.6 pts y 10.8 reb) a quien el equipo fichó tras haber sido dejado en libertad por los Capitalinos de San Juan a mitad de temporada. Allende se benefició del potencial ofensivo de los importados y la atención que estos recibían en defensa para lograr mejores intentos al canasto, especialmente desde la línea de tres puntos desde donde consiguió 79 canastos en 200 intentos para un 39.5%. Sin embargo, para el ex mentor de los Criollos, el mayor impacto de Allende se dio como líder de la manada. 

“Él trajo al equipo experiencia ganadora, eso que le faltaba al grupo”, explicó Báez sobre Allende. “El grupo era bien talentoso, pero era bien joven. Se complementó bien con los chamacos porque Luis era un trabajador incansable”.

Una vez más el trabajo fuerte fue la mejor carta de presentación para Allende quien frecuentemente llegaba a la cancha con tres horas de anticipación. Con su ejemplo, no tan solo se mejoró así mismo, sino que fue creando una cultura de ética de trabajo y responsabilidad que contagió a sus compañeros, incluyendo al armador del equipo, Gary Joe Burgos.

“Luis en Caguas fue un mentor con nosotros, nos ayudaba mucho”, expresó Burgos quien recientemente ha encontrado en el hipismo un oficio ideal tras culminar su tiempo como jugador. “Era bien exigente a la hora de practicar. A él lo cambiaron a Caguas con la mira de que fuera el líder. Era una de las primeras opciones ofensivas junto al refuerzo. Siempre llegábamos temprano a las prácticas y nos quedábamos después”.

Gary Joe Burgos en los Criollos

Con un grupo comprometido con el trabajo y bajo la filosofía de “aquí quienes juegan son los hombres, no los nombres” el dirigente Báez fue puliendo al grupo hasta establecer roles bien definidos que trajeron el bien colectivo.“En realidad yo los reté a todos, pero fue por medio de la confianza, no teníamos más nada que perder”, comentó el técnico.

Otro jugador que se benefició de esta nueva mentalidad fue Wilhelmus Caanen, quien llegó bajo condiciones humorísticas a los Criollos desde los Maratonistas de Coamo en 1996 y  se convirtió en parte integral de la rotación de la franquicia hasta el año 2000. 

“La parte de Mundi fue esencial”, dijo el actual entrenador de los Criollos. “Tenía un grupo joven combinado con veteranos y había identificado lo que Luis podía traer a la mesa, y por los grupos en los que él había estado, no había tenido protagonismo. Sin embargo, en Caguas era un grupo joven que jugaba para el colectivo y yo creo que Luis se aprovechó de eso positivamente”.

Wilhelmus Caanen como jugador en los Criollos

Poco a poco Allende se fue convirtiendo en un arma ofensiva de capacidades nucleares en el BSN. Tenía el tamaño y la fuerza para dominar a la mayoría de los escoltas y aleros, el tiro a larga distancia para sacar de su zona de confort a los más grandes y una habilidad fuera de serie para conseguir faltas personales. En la temporada 1996, Allende anotó 753 puntos, lanzó para 59% de campo, 39.5 % de la línea de tres y 79% desde el tiro libre a donde fue en 177 ocasiones. 

“Era otro juego, yo viendo los juegos ahora, no entiendo cómo es que penetran y la sacan para el tiro de tres. Es un juego diferente”, reflexiona Allende. “También, como yo había jugado toda mi vida de hombre grande, yo tenía esta tendencia de entrar mucho al rebote ofensivo. Siempre me ha gustado esa parte del juego de chocar allá abajo, pelear y rebulear. También con mis 6 ‘5’’ y jugando mucho la [posición] tres, me ayudó a postearme. Mundi identificó eso y habían muchas jugadas para yo postearme”. 

Allende llegó a ser dominante aún con una deficiencia marcada en el juego para su mano débil, la izquierda, aspecto que el jugador radicado en Estados Unidos, recuerda con jocosidad. 

“El que me vio jugar sabe que yo en 20 años di dos dribbles con la zurda, todo era para la derecha”, comentó Allende entre risas. “Teníamos una jugada que era un pick and roll en el ala izquierda y yo nunca cogía el pick y atacaba para la derecha bien duro y me daban foul”.

Para maximizar su ataque por la brecha derecha, los Criollos desarrollaron un esquema ofensivo que colocaba a Allende en el codo izquierdo y que promovía los ataques hacia el centro de la cancha y nunca para la línea de fondo. 

“Luis era bastante manquito”, dijo Báez en son de broma. “Yo posteaba a Luis cuando lo defendían los tres [aleros]. Como era tan fuerte, lo poníamos en el bloque y esa misma jugada, la continuación era con quien le hacía cortina y Luis salía [al perímetro]  y como tenía un tiro tan efectivo, pues derrotaba a los cuatro [delanteros fuertes]”. 

Esa libertad ofensiva, en un sistema menos estructurado, donde se buscaba maximizar los mismatches y permitir que los mismos jugadores crearan alternativas individualmente, fue altamente beneficiosa para Allende, quien anotó 30 puntos en cada uno de sus últimos dos partidos de la temporada. Ambos fueron victorias de los Criollos, una frente a los Santeros de Aguada y otra ante los Capitalinos de San Juan. 

Una vez culminada la fase regular, los Criollos quedaron en la quinta posición de la tabla con récord de 22-12 y luego de raparse la cabeza en un gesto celebratorio por la clasificación, tuvieron que enfrentarse a unos peligrosos Leones de Ponce que habían cargado con el subcampeonato en 1995. Los selváticos salieron de favoritos en las gabelas gracias a su poderío y experiencia, cimentados en las figuras de Javier “Toñito” Colón, Charlie Lanauze y Bobby Ríos. Mientras tanto, los Criollos, llegaron debilitados por haber perdido a sus dos refuerzos en las postrimerías de la temporada tras firmar contratos en Europa y Japón respectivamente, pero aún así, esperaban poder competir estableciendo el juego rápido y la intensidad.

Los Leones dieron alante en la apertura de la serie en el Auditorio Juan Pachín Vicens y frente a 2,054 fanáticos realizaron un avance en la segunda mitad que le dio la victoria 81-67. Allende fue el mejor por los Criollos y anotó 16 puntos. Lo que ya era una cuesta empinada se complicó aún más, debido a que el segundo partido de la serie se daría al día siguiente, de manera back to back, comprometiendo  la recuperación y preparación de una rotación Criolla ya limitada. 

Ni siquiera la eufórica fanaticada de Caguas en la cancha Héctor Solá Bezares y los 23 puntos de Allende,  pudieron evitar otro contundente triunfo de Ponce en el segundo encuentro, esta vez por 15 tantos, 83-68,  lo que puso en jaque la temporada de los regenerados Criollos. Dos días después, los Leones sacaron de la cancha a unos extenuados Criollos que solo pudieron contar con 12 puntos de parte de Allende. 

El plan defensivo de Ponce, diseñado por el siempre intelectual Julio Toro, había sacado parcialmente de circulación el ataque de Allende y delegado la responsabilidad sobre el importado Igwe Valentin. 

“La profundidad de ellos nos hizo mucho daño. Nos fueron desgastando en los primeros dos juegos. Al depender de Allende, ellos lo identificaron y lo defendieron bien. Ese back to back nos hizo mucho daño”, sostuvo Báez luego del partido en entrevista con El Nuevo Día. Allende, en cambio, dijo sentirse satisfecho por una temporada donde habían sobrepasado las expectativas del la liga entera.

Además de sus virtudes ofensivas, Allende también ofrecía sus servicios al otro lado de la cancha por tener la fortaleza necesaria para contener a jugadores más rápidos o más grandes que él. Esto lo llevó a integrarse al Equipo Nacional de Puerto Rico en donde participó de los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996 y dos Campeonatos Mundiales en 1994 y 2002. Allende capturó 237 rebotes en la temporada de 1996 y 2,430 a lo largo de su carrera. 

Allende carga a José Juan Barea de niño

“Mi estancia en el Equipo Nacional fue prácticamente por eso y con San Germán también”, acotó Allende. “Tú le preguntas a Eddie Casiano, que Carlos Morales, cuando hacía los pareos antes de los juegos, decía “el dos o el tres que fuera el más anotador Luis lo coje”. En la selección ese era mi trabajo. Cuando juegas con Jerome Mincy, con Piculín Ortiz, con James Carter y con Eddie Casiano, tienes que meter la bola cuando estés solo, pero tienes que defender. 

Luis Allende tuvo las mejores tres temporadas de su carrera entre 1995 y 1997 con los Criollos de Caguas. En el ‘98 sufrió una lesión en la espalda mientras jugaba en Brasil y en 1999, fue cambiado a los Piratas de Quebradillas por Orlando Vega, llegando a dos series finales consecutivas y sufriendo allí otra lesión grave en la rodilla [ACL]. Allende regresó a Caguas en el 2001 para cuatro temporadas más. A partir de ese momento, jugó con los Maratonistas de Coamo en 2005 antes de volver a San Germán para retirarse en el 2006. Terminó su carrera de 20 temporadas con 6,273 puntos. 

Allende fue un MVP hecho a pico y pala, se destacó por el trabajo duro y el respeto por el juego. Fue buen competidor, compañero y un gran caballero. Parafraseando lo que decía Fufi Santori en sus pronósticos; en 1996 Luis Allende tenía magia. 

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